viernes, 19 de noviembre de 2010

A Luis Cernuda



Viejo solitario de la tarde,
te veo con tu vaso de ron, escribiendo
tu tristeza de niebla, trajinante
como una yegua loca, sorbiendo lentamente
una lágrima gris, deslucida, amarillando
junto a la briosa estación del verano.

Te veo envuelto en papeles oscuros
en el departamento quieto, separado
de la ciudad, caminando en sigilo,
viendo que gota a gota se te escapaba el cielo,
huyendo en la bruma metálica de la lluvia,
resguardado en los terribles potros que cabalgaban
tu antiguo vicio de llorar despierto.

Te resucito en las pavesas alejadas
en las remotas playas del insomnio acezante
y en los inquietos torbellinos de espera.
De niño te encuentro en un caserón deshabitado
y siento crecer en ti brillantes mariposas,
el júbilo de los cuerpos desconocidos
deseados en cualquier parte.

Te quiero en ese resplandor de miedo voluptuoso
donde nació el acento melancólico,
en las ventanas del sueño, en ese gemir suave
de adolescente incendiado en el otoño,
te quiero en el vaivén de habitaciones olvidadas,
ignorado en escalerillas fantasmas,
martillando una angustia sin nombre,
tragando besos sucios a hurtadillas del día,
comprando una primavera inexistente
bajo un silencio de sombras y sábanas revueltas.

Te busco guarecido en oscuros cinematógrafos,
hundido en cualquier esquina, pensativo,
rumiando tu ingenuidad desmelenada,
sentado en algún bar, fugitivo en derrota,
oyendo un vulgar silbido de jauría,
almacenando siluetas, rompiendo espejos falsos,
lanzando amargas flechas sin respuesta.

Y te gustaba pasear sobre los puentes,
sentir correr los ríos, oír el mar,
te esfumabas con las volutas del ocaso
y mirabas de vez en cuando a las estrellas.

A veces te dolía la vida, casi recuerdo tu gesto,
tu voz taciturna, aquellos ojos que se perdían
tras una lejanía invisible,
tus manos desgranadas en las puertas del alba,
la canción siempre hirviendo en tus torres de espanto,
el violín cabizbajo que reptaba tu ensueño
la máquina de escribir que te seguía
y los discos de jazz disfrazándose en la penumbra.

Entonces añoro las cortinas regadas en torno tuyo,
ese misterio vacío, esa leyendas de avenidas esparcidas,
la guitarra del viento acompañada de roncas voces,
las vacilantes perspectivas de los desvanes macilentos,
el suicidio de peregrinas campanas desquiciadas
desapareciendo en las esclusas derruidas del tiempo.

Añoro las dispersas ansiedades que desgarraron
tu vibrar de avecilla desgajada al invierno,
tu displicente recorrido de espermas apagadas,
la aguja que rompía tu vibrante relámpago,
la cuchilla del sexo trepanndo tus nervios,
tu tibio abrazo dulce de ruiseñor tremendo,
las noches en que el mundo te crujía insepulto
tras una cordillera de plumajes azules,
la rosa que perdiste en las veredas náuticas,
la emoción presentida, los caminos abiertos
a tus zapatos que hollaban las inciertas regiones
donde un ancla de bermellón ataja los placeres prohibidos
tras las puertas abiertas desbocadas al sueño.

Te siento pasajero, de una inmensidad amorfa
viviendo en las filas de los que retan, en esa
difícil soledad de ir cargando una cantidad de absurdas cosas,
entre fórmulas aparatosas y obligadas,
en una pirámide de aburrimientos continuados,
y el hastío de ir repitiendo historias
en evasiones que se esconden en laberintos
dislocados, en ese rugir sordo que nace y quema,
en la protesta que vuelca y hiere
junto a las murallas.
Porque llega la hora en que ya nada importa
y entonces explotaron tus versos, te regaste
como una erupción incandescente, como una lava violenta.

Porque morías en la secuencia de las semanas
de disecadas focas, en las farolas mudas
que quiebran los anhelos caracoleantes,
en los lechos abandonados, en los cocodrilos
de taxidermia inconclusa, en los años que doblan,
en ese instante de ya no sorprenderse,
en ese susto repentino que arrasaba, desolador,
temible, en la repentina voz que aullaba
exigente, profunda, en un fluido de fiebre
como una líquida plataforma que te llevara.

Ahí estaban las azoteas del hielo,
el grito partiéndose en pedazos,
la atribulada pesadumbre de repartirse,
de huir, de esconderse en suburbios pedregosos,
de ser frágil, de humo, efímero, de sólo aventar
un ruego caldeado en disgregados cristales,
en un frío que recorría callejones sonámbulos,
intemperies agonizando bajo epilépticos alambres
sincronizados al fúnebre estertor.

Y te esfumabas en la sangre disuelta de los cadáveres morados,
en la serenidad del paseante
que violaba las tiránicas ataduras, en la fiera,
inextinguible antorcha que encendías, en la valiente
y dolorosa actitud de ser tú mismo.

Isabel de los Ángeles Ruano

viernes, 22 de octubre de 2010

Blues



No era necesaria una nueva acometida de la soledad
para que lo supiera.
Navegaba la mar por un rumbo desconocido para mis manos.
Donde el amor moró y tuvo reino
queda ya sólo un muro que avasalla la hierba.
Queda una hoja de papel no en blanco
donde está anocheciendo.
Donde goteaba luceros una noche
sobre unos hombros limpios como verdad mostrada,
sólo queda una brisa sin destino.
Donde una mujer fundara un beso,
sólo árboles postrados al invierno.

Y no era necesario decirlo.
El corazón sin que sea una lágrima
puede sombrear las mejillas.

La ventana da a la tristeza.
Apoyo los codos en el pasado y, sin mirar, tu ausencia
me penetra en el pecho para lamer mi corazón.

El aire es una mano que está hojeando mi frente.
Mi frente donde la luna es una inscripción,
una voz esculpiendo su olvido.

Como humo la luna se levanta
de entre las ruinas del atardecer.
Es muy temprano en ese azul sin rostro.
No era necesario enturbiar la soledad
con el polvo de un beso disuelto.
No era necesario
memorizar la noche en una lágrima.

Labios sobrecogidos de olvido,
pulsaciones de un oleaje de mar ya retirándose,
ruido de nubes que el otoño piensa.

Hay lápices en forma de tiempo, vasos de agua
donde el anochecer flota en silencio.
Hay una rama de árbol como un brazo esculpido
por algún abandono.

Hay miradas y cartas donde la noche
puso en marcha al vacío,
a las frentes que extinguen su remoto color
sobre letras que enlazan señales de viaje.

Aquí está la tarde.
Puede enrolarse en ella quien esté enamorado.
Aquí está la tarde para designar una ausencia.

Suena en mi pecho el mundo
como un árbol ganado por el viento.

No era necesaria la tarde, tampoco este cigarro cuyo humo
puede ser otra mano evaporándose.

Invernará la noche en mi pecho.
No era necesario saberlo.
No tiene importancia.
Espero una carta todavía no escrita
donde el olvido me nombre su heredero.

José Carlos Becerra

domingo, 5 de septiembre de 2010

Muchacha en Seaport Village

"Got a black magic woman,
'got a black magic woman
I've got a black magic woman,
'got me so blind I can't see
That she's a black magic woman,
she's try'n to make a devil out of me..."



Yo bebía sambuca en el muelle de San Diego
cuando la joven negra entró en mis ojos
Café y sambuca le brindé (¿sin darme cuenta?)
Ella aceptó
Café y sambuca la muchacha negra:
la lengua dulce de la muchacha negra frente al mar

Palabras del Colibrí - Cecilia Zamudio

Eran las ocho de la noche
y el sol aún no se hundía:
yo me hundí en la muchacha y en el infierno
En la pequeña plaza la ninfa blanca de la fuente
Un barco
una montaña
un velero amarillo:
Seaport Village reunió todo el azul del mar
y lo puso a secar
En el Oriente ardía la Luna llena y en el Poniente el Sol:
equilibrio perfecto:
el desequilibrado era mi corazón
Tenía un vestido blanco ciñéndole la piel
como otra piel sobre la negra piel
que le ceñía el alma
Yo medí palmos de alma en su cadera
y recorrí con mi lengua más dulce su línea ecuatorial
Negra de belleza brutal y espesos ojos abismales
Qué prodigio aquel Dios amasando esas nalgas
con tan humana inspiración
Divino pan
cocido con harina africana y americano sol
Todo para las manos del mexicano anónimo
tocado por la sal por el mal
herido por la lanza pánica del amor ocasional
No era posible más negrura
mas sus areolas fueron aún más negras
y la negrura se reconcentró
en el carbonizado pezón
altivo
rabiosamente vivo
coronando la más humana flor
Su bosque despertó
con el rocío interno del Deseo
y se abrió
como una roja flor bajo la lluvia
Se hundió mi corazón en tinta negra
Se hundió mi corazón en el blues de sus ojos.

Efraín Bartolomé 

martes, 17 de agosto de 2010

Rayuela Capítulo 7



Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Rayuela - Mariposacuriosa
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.

Julio Cortázar
&
Chet Baker



The touch of your lips upon my brow,
Your lips that are cool and sweet,
Such tenderness lies in their soft caress,
My heart forgets to beat.

The touch of your hands upon my head,
The love in your eyes a-shine,
And now, at last, that moment divine,
The touch of your lips on mine.


miércoles, 7 de julio de 2010

Rayuela - Capitulo 12



[…] Quemándose la boca con un largo trago de vodka, Oliveira pasó el brazo por los hombros de Babs y se apoyó en su cuerpo confortable. «Los intercesores», pensó, hundiéndose blandamente en el humo del tabaco. La voz de Bessie se adelgazaba hacia el fin del disco, ahora Ronald daría vuelta la placa de bakelita (si era bakelita) y de ese pedazo de materia gastada renacería una vez más Empty Bed Blues, una noche de los años veinte en algún rincón de los Estados Unidos.

Ronald había cerrado los ojos, las manos apoyadas en las rodillas marcaban apenas el ritmo. También Wong y Etienne habían cerrado los ojos, la pieza estaba casi a oscuras y se oía chirriar la púa en el viejo disco, a Oliveira le costaba creer que todo eso estuviera sucediendo. ¿Por qué allí, por qué el Club, esas ceremonias estúpidas, por qué era así ese blues cuando lo cantaba Bessie?

An Empty Bed by Splucy

Julio Cortázar

jueves, 3 de junio de 2010

Otro poco de Jazz (8)



¡Ay dolor!, ¿eres amor?
A veces me exasperan los ritmos del Jazz hot
Y es tan solo ternura mi desesperación.
A veces…
Yo no sé.
Cuando sale tan sola la voz del saxofón
Y me llora por los adentros aquel niño de ayer,
Aquel, aquel…
Yo no sé.
A veces, cuando truena la vida sin sentido,
A veces…
Yo no sé.
El saxo es como un niño que se fue por el bosque
Y yo me voy por él
Buscando la casita del buen leñador
O la de caramelo,
O la de…,
Buscando no sé qué,
Hermano saxofón.
¡Eh¡
Que no quiero llorar más,
Ni recordar, ni pensar.
¡Eh…!

Gabriel Celaya

martes, 20 de abril de 2010

La Maga I

Y así me había encontrado con la Maga, que era mi testigo y mi espía sin saberlo, y la irritación de estar pensando en todo eso y sabiendo que como siempre me costaba mucho menos pensar que ser, que en mi caso el ergo de la frasecita no era tan ergo ni cosa parecida, con lo cual así íbamos por la orilla izquierda, la Maga sin saber que era mi espía y mi testigo, admirando enormemente mis conocimientos diversos y mi dominio de la literatura y hasta del jazz cool, misterios enormísimos para ella.



Y por todas esas cosas yo me sentía antagónicamente cerca de la Maga, nos queríamos en una dialéctica de imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared.

Supongo que la Maga se hacía ilusiones sobre mí, debía creer que estaba curado de prejuicios o que me estaba pasando a los suyos, siempre más livianos y poéticos. En pleno contento precario, en plena falsa tregua, tendí la mano y toqué el ovillo París, su materia infinita arrollándose a sí misma, el magma del aire y de lo que se dibujaba en la ventana, nubes y buhardillas; entonces no había desorden, entonces el mundo seguía siendo algo petrificado y establecido, un juego de elementos girando en sus goznes, una madeja de calles y árboles y nombres y meses. No había un desorden que abriera puertas al rescate, había solamente suciedad y miseria, vasos con restos de cerveza, medias en un rincón, una cama que olía a sexo y a pelo, una mujer que me pasaba su mano fina y transparente por los muslos, retardando la caricia que me arrancaría por un rato a esa vigilancia en pleno vacío. Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad.

La Maga no sabía que mis besos eran como ojos que empezaban a abrirse más allá de ella, y que yo andaba como salido, volcado en otra figura del mundo, piloto vertiginoso en una proa negra que cortaba el agua del tiempo y la negaba.

Julio Cortázar

miércoles, 10 de marzo de 2010

TERNURA DE FONDO



En viejas grabaciones de Jazz me gusta oír
Los rumores que llegan desde el público.
Alguien grita con voz enronquecida,
Feliz por el trabajo de los músicos.
Hay aplausos; alguna copa rota.
El pulso del local en el suburbio
De una ciudad del sur. Momentos únicos
Que cada vez regresan del pasado.
Algo muy parecido debe ser la vida
Más allá de la muerte: el perdido
Rumor de voces de una noche de música.
Quizá el alma inmortal sea el instante
Preciso, frágil, breve, cuando un baso
Tintinea en un viejo disco de Jazz.

Joan Margarit

lunes, 1 de febrero de 2010

Blues



De gris cristalería, plumas
sobre los puentes ferroviarios.
De veloces astillas. Gacela maniatada.
De compromisos frutales y margaritas.
En hélices que narran la fórmula de las estaciones.
Y silencios de ardida superficie.
En terrenos baldíos donde los niños lanzan
increíbles estrellas al corazón de las hojas futuras,
mi propio corazón guardado por infieles llaves,
mi mano derecha consagrada al olvido,
al fuego de este día que pasa sin detenerse
en acuerdos de índole amorosa
ni en las cartas que se escriben esperanzadamente
ni en el rumor de la sangre en un vaso de rosas fugitivo,
y tiñe de vejez el vuelo de tu falda,
cuando en arcos sonoros, tú, la sonriente,
provocas su ademán adusto,
distraes su intención fluvial.

¿Entonces?
Entonces, nada.
Sólo que, la melancolía,
en ventanas firmemente escolares,
giradora en el vacío de los árboles,
sobre el austero césped dominical
sin testimonio,
únicamente en medio de la lluvia
que posiblemente cae con designio sagrado:
cae sobre las manos de mis antepasados inhábiles guitarristas,
dulces adoradores de la piedra tallada.
Sobre sus ojos ausentes,
rota en girasoles, cae
llena de instrumentos sonoros totalmente anegada
de puentes sojuzgados.

Antonio Branas
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