viernes, 22 de mayo de 2009

Hombre Que Mira La Luna

La Luna: podemos verla, oírla y leerla a través de la pintura, la música y la poesía. Un sutil popurrí del arte para la hermosa Selene.

René Magritte - Le Chef d'Oeuvre

Hombre Que Mira La Luna

Es decir la miraba porque ella
se ocultó tras el biombo de nubes
y todo porque muchos amantes de este mundo
le dieron sutilmente el olivo,
con su brillo reticente la luna
durante siglos consiguió transformar
el vientre amor en garufa cursilínea
la injusticia terrestre en dolor lapizlázuli
cuando los amantes ricos la miraban
desde sus tedios y sus pabellones
satelizaba de lo lindo y oía
que la luna era un fenómeno cultural
pero si los amantes pobres la contemplaban
desde su ansiedad o desde sus hambrunas
entonces la menguante entornaba los ojos
porque tanta miseria no era para ella

René Magritte - El vestido de la noche

Hasta que una noche casualmente de luna
con murciélagos suaves con fantasmas y todo
esos amantes pobres se miraron a dúo
dijeron: no va más, al carajo Selene!
se fueron a su cama de sábanas gastadas
con acre olor a sexo deslunado
su caminado de crujiente vaivén
y libres para siempre de la luna lunática
fornicaron al fin como dios manda
o mejor dicho como dios sugiere.

Mario Benedetti (Q.E.P.D)

Stephane Grappelli - How High The Moon


martes, 19 de mayo de 2009

Benedetti Blues


El cielo jamás pensó su color opacado por bandadas de notas dolorosamente azules, protestando en sus puertas, reclamando al poeta.

Que triste suena el paso de las hojas
en un libro condolido por su mano-vientre:
Aguacero de tinta negra
rompiendo los ojos conmovidos del lector.

Cuando el cuerpo del poeta hace mutis
el apretón de manos y el abrazo
saltan al público como sollozo y evocación.
un torrente de lagrimas y poemas
recorre el mundo en busca de la inmortalidad.

Un blues desahuciado se balancea en los parpados
la negación se amotina en el pecho y rompe la boca,
vibra la cuerda vocal al compas del lamento
y el aliento se desgarra al asomo de la armónica,
el sonido espesa la saliva como nudo
y un acorde entrecortado susurra:

Hasta siempre Benedetti, Gracias por el fuego.


El asueto de Sísifo

lunes, 11 de mayo de 2009

REMOLCADORES ENTRE LA NIEBLA

Amiga de la noche, reluciente,
lúcido disco de la luna:
avanzas junto a mí por la playa, iluminas
estancias con espejos para amantes
a los que aflige el plazo de una noche.
Tú y yo cruzamos la ciudad caída.
Hay hojas de periódico arrastrándose
como heridas de guerra, son gaviotas
que mueren en el agua de algún muelle.
También cartas de amor que pasan cuentas
como viejos recibos de negocios.
El viaje hacia la sombra nos exige
decidir compañía: yo he escogido
esos ríos espesos, relucientes
de dos armas doradas, dos trompetas:
una cálida y negra, la de Clifford
como un fuego en la nieve de las calles




y la blanca, que apenas puede oírse
en la pútrida noche con letreros
de los hoteles tristes de Chet Baker.




Paso junto a amenazas de paredes
y escaleras de metro con los bultos
de los que duermen bajo los cartones.
Son las sombras que tocan en la noche.
Esperaba un acuerdo sobre fines
y nunca hallé finalidad alguna.
Esperé incluso la pasión del náufrago
por encender un fuego frente al mar
pero nadie deseaba ser salvado.
Creí que contaría con la gente
en asuntos de versos y valores.
No sabía que todas estas cosas
sólo indicaban cómo envejecía:
de pronto todo el mundo estaba lejos
y, mientras, yo escribía este poema
sabiendo que el mañana estaba hecho
de un arte para mí desconocido.

Conocí a una mujer: bailaba y, juntos,
escuchamos un "Autumn leaves" como este
que en la Rambla, magnánimos, los plátanos
murmuran con las hojas en la noche.




Era una mujer de orden, tenía bellas manos:
¡Dios, era mi mujer! Cómo bailaba
cantándome al oído cada pieza,
cómo reía cuando la abrazaba.
Hoy abrazo a la noche y escucho el «Loverman»
en el que Parker equivoca el tiempo.
Los faroles lejanos son los ojos
vidriosos de algún perro.
La música consuela, nada más:
está dentro de mí junto a mis penas,
interpretándolas con claridad
y sentimiento, aunque sin esperanza.
Ya cayó la ciudad de mi futuro.
Camino entre leyendas pisoteadas
del otoño del cuerpo pero aún
hallo hospitalidad en un relámpago
del Café de la Ópera: entre tanto,
al final de la Rambla, en los peldaños
que bajan por el muelle de barcazas,
una sirena muerta está flotando
y es arrastrada por las sucias aguas.

Joan Margarit
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