Cuando ya las miradas de todos se conocían vagamente, a través de las pupilas nubladas por el alcohol, de aquella música confusa, de la penumbra de aquel humo, del caos vino un silencio imperceptible, y una trompeta sola, de fuego, nos quemaba la vida.
O acaso era de hielo aquella música: inertes los sonidos, para que cada uno de nosotros los hiciese movibles, los llenase de espíritu. Por cada uno de los hombres la música cantaba diferente: con alegría estéril en la mujer que me miraba, con cansada tristeza en unos yertos labios, y en el muchacho solitario con profunda nostalgia de vejez; la música cantaba diferente, sin que nadie supiera cómo sonaba junta, con qué intenso dolor.
En aquel cuarto oscuro nada correspondía a la verdad del hombre: la emoción estridente del músico era falsa, torpe el engaño de los otros. La verdad es humilde y es sencilla. La soledad, al compartirla con otras soledades, hace más viva la impotencia. y empuja al hombre entonces a regiones heroicas con sólo el sentimiento.
Después cae un cansancio sobre el alma por esta lucha inútil, se resiente tanta falsa virtud, la mentida pureza; y cuando la trompeta, desmayada, se extingue en el silencio, sólo quedan visibles, descubiertos al fin, los más ocultos, los más tenaces vicios: se reconocen las miradas, y puede haber piedad, y hasta sentir alguno un tibio amor. La trompeta de fuego,muda sobre una mesa, la vemos amarilla, y está vieja y rayada.
Sobre esta cama donde se acostó el mar y se guardaron las cenizas de alejandría y las hormigas almacenaron las provisiones durante el verano del holocausto y la más despreciable hechicera escribió su recetario para exterminar el mal de amor en la mismísima cama donde la maja y las venus posaron donde juana la loca veló a felipe el hermosos por siete provincias donde el espíritu santo fecundó a maría aquí en la única cama traficada por fenicios que sirvió de mapa para barbarroja y fue alfombra mágica del príncipe ishtar en la auténtica cama donde parió la primera elefanta en cautiverio donde Charlie Parker tocó por última vez el saxofón y a una mujer al mismo tiempo y ,años antes, Jesús meditó su discurso del monte de los olivos es donde entiendo que cada cama es un país que no existe
[…] Pero después venía una guitarra incisiva que parecía anunciar el paso a otra cosa, y de pronto (Ronald los había prevenido alzando el dedo) una corneta se desgajó del resto y dejó caer las dos primeras notas del tema, apoyándose en ellas como en un trampolín. Bix dio el salto en pleno corazón, el claro dibujo se inscribió en el silencio con un lujo de zarpazo. Dos muertos se batían fraternalmente, ovillándose y desatendiéndose, Bix y Eddie Lang (que se llamaba Salvatore Massaro) jugaban con la pelota I’m coming, Virginia, y dónde estaría enterrado Bix, pensó Oliveira, y dónde Eddie Lang, a cuántas millas una de otra sus dos nadas que en una noche futura de París se batían guitarra contra corneta, gin contra mala suerte, el jazz.
—Se está bien aquí. Hace calor, está oscuro.
—Bix, qué loco formidable. Poné Jazz me Blues, viejo.
—La influencia de la técnica en el arte —dijo Ronald metiendo las manos en una pila de discos, mirando vagamente las etiquetas—. Estos tipos de antes del long play tenían menos de tres minutos para tocar. Ahora te viene un pajarraco como Stan Getz y se te planta veinticinco minutos delante del micrófono, puede soltarse a gusto, dar lo mejor que tiene. El pobre Bix se tenía que arreglar con un coro y gracias, apenas entraban en calor zas, se acabó. Lo que habrán rabiado cuando grababan discos.
—No tanto —dijo Perico—. Era como hacer sonetos en vez de odas, y eso que yo de esas pajolerías no entiendo nada. Vengo porque estoy cansado de leer en mi cuarto un estudio de Julián Marías que no termina nunca. [...]
Mientras que William Faulkner halla los agrios del lenguaje, hoza en Yoknapatawpha levantándola hirviéndola cuida la construcción feroz de una nueva novela y cuida su innegable talento epilepsíaco; mientras que William Faulkner irrumpe en el conflicto negro con un relincho ambiguo, ahíto de tradición, desprecio al Norte, discurso estéril e insensato orgullo, los negros, muchos negros, algunos negros, inflamados de la horrible historia del Mississippi, con la memoria chorreando por el sudor del algodón y varios siglos de negros abuelos retumbando a sus pies bajo el tiempo y la tierra, cantan, vense impelidos a seguir componiendo música entre paréntesis: negro spirituals.
Mucho de lo que vimos es vida entre paréntesis. Blancos segando arroz en Tarragona con el agua a los muslos, las sanguijuelas de los arrozales alimentándose de ellos. Periódicos occidentales informando de blancos muertos en el frente, o de hambre, o bajo un viejo caserón derruido. Blancos en paro. Blancos en exilio. Blancos dando betún sobre sus cartucheras. Blancos bebiendo el vino de la derrota disfrazada. Blancos buscando la propia estimación en los burdeles. Blancos meditativos, ingresando, amargura sobre amargura, en el cinismo, esa sublimación para los faltos de recursos.
Del Sena al Plata, del Támesis al Rin, un rumor blanco busca desperdicios y hurga en la realidad hostil y en su razón, dispersa e inarmónica de parietal a parietal. Siglos también de abuelos blancos entre jornadas de trabajo tensas, fruta difícil, carne retorcida, el barro insomne de las botas de los soldados, el capote de campaña, la emisora que menciona el Mississippi blanco, el blanco linchamiento con bala, la actividad enfebrecida del ginecólogo oficiando sobre el mantel que el tirón de la guerra arrojará en el suelo quebrando su momentáneo contenido; los tugurios en donde blancos desconcertados se pliegan y se venden, borrachos de vino y blancura injuriada, siglos también de abuelos blancos con sus ingenuos hospitales, su herencia pavorosa, sus bolsillos llenos de migas o sus sienes llameantes de lucidez o de torsión, hacen pensar en una música con paréntesis, con incisos, con bárbaros interrogantes, con desconcierto, con corcheas de ojos, mordentes de sarcasmo, calderones de confusión, accelerados de vasto gruñido: blanco spirituals (Tú lo sabes, James Baldwin: no es sólo tu color. Esa es la lenta trampa que quisieran hacer reinar. Tú lo sabes, James Baldwin: te necesitan negro para odiarte, para sobrevivir bajo su miedo mediante el odio. Pero, tú lo sabes, James Baldwin: también te necesitan desclasado, desocupado, disponible para usarte los brazos a bajo precio. *Extiendes tu mirada en los barrios de Europa, oteas los indios sudamericanos, te achicharras sobre la India, te sumes en las periferias de las ciudades industriales y ves hermanos de otras razas discriminados, repudiados en la otra piel del hombre: el sueldo, en la otra piel del hombre: la cultura, en la otra piel del hombre: la libertad. Tienes hermanos de otras razas, todo sudor es familiar, toda miseria lleva escupitajos en la piel.)
De Charlie Parker a Edith Piaf un diluvio de negro spirituals y de blanco spirituals llueve sobre la civilización; llueve piaf; llueve parker, llueven Manolo Caracol, Louis Armstrong empapa Discépolo, John Coltrane, Billie Holliday. Es un agua que se introduce por las fisuras de los Parlamentos, por las rendijas de los programas, por los agujeros de la ONU, empapada la estrategia, moja a la inmortalidad y la encoge, hincha las oscuras maderas de los ataúdes y congela todo el grandioso fuego de vivir. Llueve toda la tarde, llueve toda la noche: y tras la ventana en que repiquetea la lluvia ese diluvio es observado por un blanco o un negro mientras que suena un saxofón y llueve.
*( Entre 1915 y 1918 emigraron hacia las industrias del norte de los Estados Unidos medio millón de negros del Sur de los Estados Unidos. Para evitar la desbandada que tanto había jurado desear, el K.K.K. de los Estados Unidos desencadenó una campaña de terror. Tan pintoresca fraternidad dio como resultado setenta y siete negros linchados y catorce quemados en público once de ellos, vivos. (Ver Los viajeros de la libertad, pág.10. Edit. Fontanella Barcelona, 1963.)
Los sonidos oscuros que llenaban la noche serpenteaban sobre los cristales. Los hielos resolvían un problema geométrico, disolviéndose en llanto. El saxo se alargaba, inundando los sueños, en un sordo lamento vacilante. Se aguzaba la aguja de la herida trompeta, ahincándose en la carne. Y seguía, seguía, obsesionado y lento, el contrabajo. La sonrisa eran dientes grandes y desasidos, brillando en la tiniebla.
Paz Díez Taboada
La Imagen del día: Recordando este episodio poco apetecido por las cadenas de televisión, claro... más allá de elevarse con el Jazz piensa que el saxo sería una buena pipa para su Cannabis Sativa...el buen Homero...me alegro volver a encontrar este capitulo.
El sonido de Hampton sabe salir de su trombón. Cada vez que él libera una espesa corriente de miel Llena de luz y de música Suave y vertiginosa el mismo tiempo, Delicada y brillante en libre caída Por el encantado tobogán de las ideas Algo sucede en el corazón de las orquestas.
Quiero decir: Un milagro se desliza Desde sus más inocentes ademanes de viento Desde el mito gestual de su trombón de vara Hasta llegar a ser un ángel Que va posándose en los atriles de la banda Para encargarse de que la historia del hombre Tenga por fin un signo nuevo para enfrentar La muerte.
Slide ha demostrado sabiamente Que ha llegado el misterio de Jazz y la Poesía Que su trombón es instrumento que sopla un dios Que intenta en vano corregir el mundo Que su escritura es la cifra que resume Una historia de la imaginación del hombre negro Que cuando hace un solo suena una orquesta Que el Jazz es un sol que suena para todos.
Y aunque parezca demasiado Yo solo hablo de un hombre Elemental y sonriente como Hampton.
"Bajaremos del Himalaya en bicicletas silenciosas y perfumadas, a las doce de la noche" Vicente Huidobro-Jean Arp.
Traer a los hospitales el agua bendita de la luna
bailar descalzos en los museos encontrarnos en el Océano Pacífico del piano jugar ajedrez en cumbres nevadas recordar la danza de panecillos de Charlot celebrar el gong universal de la noche contemplar el mundo desde las ramas de Yggdrasil hacer el amor en constelaciones de Jazz.
Si tuviera un amigo o un hermano mayor con la mirada dulce o un padre con la mano sobre mi hombro o una madre tocándome la frente le diría que es tarde que ha llovido y que estuve abrazando a una mujer (su llanto ardía) y nos dolía la noche porque estábamos juntos pero yo me había ido
(Mi caudaloso amor: este páramo seco este cauce polvoso de un río que murió soñando sauces estuvo aquí total completo Pero un día cambió Se tornó un arroyuelo cálido que recorría la casa Me seguía silencioso o maullando como un pequeño gato triste Escuchábamos jazz Leíamos poemas entrañables mientras ella volvía
Yo la esperé junto a una fuente turbia Hasta el hastío más hondo Hasta el zumbar de moscas en el espejo de agua Hasta escupir la fiebre
Primero fue el tizón del horizonte El cráneo a punto de estallar del que lo duda todo Después la noche y su cerrado enjambre de insectos derribándome
Mis ojos fueron nido de su veneno negro Fui su prisión su casa fui su invadido continente
El río de otro tiempo reptaba en mi interior como canción amarga
¿A qué dolerse ahora? El río sólo sigue la dirección del cauce El tiempo pasa El fuego quema La quietud se adueñó de todos los objetos y los hizo silencio piedra seca silueta solamente
Las fauces de la noche triturarán mis fémures Me alcanzará el incendio de los días Me convertiré en humo en polvo en nada En sombra de la nada
¿A qué dolerse ahora? Cuerpos de sal Agua del tiempo Sal que en el agua se disuelve somos.
Finalmente decidí substraer algunas escenas de episodios en los cuales Encías Sangrantes Murphy pinta de Azul la cara amarilla de Los Simpson. Aquí un poema algo gracioso amenizado por el saxo de E.S. Murphy, el capitulo se llama originalmente 'Round Springfield y la historia del saxofonista llega a su final como en la pelicula 'Round Midnight, la muerte de E.S. Murphy merece un episodio con mucho Jazz. Pero bueno, son Los Simpson, y el humor no da tregua...para la muestra un boton, el poema de Steve Allen:
Con tu traición me has hecho llorar Con un pañuelo me tendré que limpiar. Como música de Jazz yo vibro Igual que cuando escribí estos libros: “Cómo hacerle el amor a Steve Allen” “La felicidad es Steve Allen desnudo” “Viaje al centro de Steve Allen” “El placer de cocinar de Steve Allen”
[...] Este no es el momento de hacer crítica de jazz, y los interesados pueden leer mi libro sobre Johnny y el nuevo estilo de la posguerra, pero bien puedo decir que el cuarenta y ocho -digamos hasta el cincuenta- fue como una explosión de la música, pero una explosión fría, silenciosa, una explosión en la que cada cosa quedó en su sitio y no hubo gritos ni escombros, pero la costra de la costumbre se rajó en millones de pedazos y hasta sus defensores (en las orquestas y en el público) hicieron una cuestión de amor propio de algo que ya no sentían como antes.
Porque después del paso de Johnny por el saxo alto no se puede seguir oyendo a los músicos anteriores y creer que son el non plus ultra; hay que conformarse con aplicar esa especie de resignación disfrazada que se llama sentido histórico, y decir que cualquiera de esos músicos ha sido estupendo y lo sigue siendo en-su-momento. Johnny ha pasado por el jazz como una mano que da vuelta la hoja, y se acabó. [...]
[…] Por más que le gustara el jazz Oliveira nunca entraría en el juego como Ronald, para él sería bueno o malo, hot o cool, blanco o negro, antiguo o moderno, Chicago o New Orleans, nunca el jazz, nunca eso que ahora eran Satchmo, Ronald y Babs, Baby don’t you play me cheap because I look so meek, y después la llamarada de la trompeta, el falo amarillo rompiendo el aire y gozando con avances y retrocesos y hacia el final tres notas ascendentes, hipnóticamente de oro puro, una perfecta pausa donde todo el swing del mundo palpitaba en un instante intolerable, y entonces la eyaculación de un sobreagudo resbalando y cayendo como un cohete en la noche sexual, la mano de Ronald acariciando el cuello de Babs y la crepitación de la púa mientras el disco seguía girando y el silencio que había en toda música verdadera se desarrimaba lentamente de las paredes, salía de debajo del diván, se despegaba como labios o capullos. […]
Véndeme si puedes un canario amarillo que cante notas rojas los aretes que le faltan a la luna el diente de un lagarto que no llora un reloj que dé las 12 en mi esperanza el blues ancestral asesorando al humo la carrera del conejo y la tortuga la lujuria de Blancanieves y los siete pecados capitales las barbas de Carlos Marx y la locura de Van Gogh
Véndeme fantasías para los niños que trabajan y un poco de rabia para los que se conforman.
Véndeme pero véndeme barato la ternura es la única moneda que me queda.
En el 32, Ellington grabó Baby when you ain’t there, uno de sus temas menos alabados y al que el fiel Barry Ulanov no dedica mención especial. Con voz curiosamente seca canta Cootie Williams los versos:
I get the blues down North, The blues down South, Blues anywhere, I get the blues down East, Blues down West, Blues anywhere. I get the blues very well O my baby when you ain't there ain't thereain't there
¿Por qué, a ciertas horas, es tan necesario decir: «Amé esto?» Amé unos blues, una imagen en la calle, un pobre río seco del norte. Dar testimonio, luchar contra la nada que nos barrerá. Así quedan todavía en el aire del alma esas pequeñas cosas, un gorrioncito que fue de Lesbia, unos blues que ocupan en el recuerdo el sitio menudo de los perfumes, las estampas y los pisapapeles.
Droning a drowsy syncopated tune, Rocking back and forth to a mellow croon, I heard a Negro play. Down on Lenox Avenue the other night By the pale dull pallor of an old gas light He did a lazy sway . . . He did a lazy sway . . . To the tune o' those Weary Blues. With his ebony hands on each ivory key He made that poor piano moan with melody. O Blues! Swaying to and fro on his rickety stool He played that sad raggy tune like a musical fool. Sweet Blues! Coming from a black man's soul. O Blues! In a deep song voice with a melancholy tone I heard that Negro sing, that old piano moan-- "Ain't got nobody in all this world, Ain't got nobody but ma self. I's gwine to quit ma frownin' And put ma troubles on the shelf."
Thump, thump, thump, went his foot on the floor. He played a few chords then he sang some more-- "I got the Weary Blues And I can't be satisfied. Got the Weary Blues And can't be satisfied-- I ain't happy no mo' And I wish that I had died." And far into the night he crooned that tune. The stars went out and so did the moon. The singer stopped playing and went to bed While the Weary Blues echoed through his head. He slept like a rock or a man that's dead.
by Langston Hughes
LOS CANSADOS BLUES
Repitiendo una somnolienta, sincopada melodía, Meciéndose al son de un suave tarareo Oí tocar a un Negro. La otra noche en la avenida Lenox A la tenue palidez de una vieja luz de gas Con lento balanceo… Con lento balanceo… Se movía al ritmo de los Cansados Blues. Sobre el marfil del teclado sus manos de ébano Arrancaban del pobre piano una melodiosa queja. ¡Oh, Blues! Tambaleándose sobre el oscilante taburete Tocó esa raggy y triste melodía como un bufón musical.
¡Dulce Blues! Que surge del alma de un negro. ¡Oh, Blues!
Con voz profunda y tono melancólico Oí cantar a aquel Negro, quejarse al viejo piano:
“qué solo estoy en el mundo, No me tengo más que a mí. Pero, basta ya de quejas, Dejo mi penar aquí”.
Pom, pom, pom, con el pie en el suelo marcaba el compás. Tocó unos acordes, cantó un poco más:
“tengo los Cansados Blues, No consigo estar contento. Tengo los cansados Blues, No consigo estar contento. Ya no puedo ser feliz, Ojala me hubiera muerto”.
Y hasta avanzada la noche siguió su tarareo. Desapareció la luna y las estrellas se fueron. No tocó más el cantante y se marchó a la cama. En su cabeza aún el eco de aquellos blues resonaba. Como un tronco o como un muerto se durmió de madrugada.
Desde el piso diecinueve de un rascacielos el lago Michigan helado, lápida de cristal, un Blues para la noche desde arriba. Pensar si no habré muerto a miles de kilómetros y el purgatorio sean diez grados bajo cero, esos puentes alzados como cruces o esta soledad de nieve contra el rostro.
A veces llega un día en que el pasado se hace insoportable. Tenía tantos discos de pasta Con canciones ocultas en los surcos. Pesaban como el plomo y los tiré. Se volvió más ligero mi pasado Y seguí hacia el futuro Con la otra música, más solo ya que nunca. De pronto están sonando: son las voces De los viejos amigos De los amores de juventud. El primer signo de algo irremediable. Porque aquellas canciones de mis discos, Hoy, en algún lugar, las escucha la muerte. Joan Margarit
Una vez más estoy solo un viernes por la noche, mientras afuera la alegría y el amor crecen al mejor postor en lugares absurdos nacidos al amparo de la necesidad. Entonces como sin darme cuenta, miro las paredes donde su rostro navega en ausencias y me dejo estar fumando la madrugada.
Son mis voces cantando para que no canten ellos, los amordazados grismente en el alba, los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.
Hay, en la espera, un rumor a lila rompiéndose. Y hay, cuando viene el día, una partición de sol en pequeños soles negros. Y cuando es de noche, siempre, una tribu de palabras mutiladas busca asilo en mi garganta para que no canten ellos, los funestos, los dueños del silencio.
Es triste poner Gershwin sin poder abrazarte. Somos el blanco y negro de una vieja película: las parejas bailando, y los barcos de guerra que han de zarpar al alba. Quizá fui aquel muchacho que pereció en combate, y tú aquella muchacha que nunca olvidaría la canción. Vivimos en la sombra su mañana perdido en oscuros bailables. Pero hoy, aquella música se toca en los conciertos y nadie ya la baila. Hemos errado el tiempo, destruido los recuerdos. La fiesta está acabando: guarda el último baile -la luz de oro del saxo y una pieza de Gershwin- para cuando se acerque la hora de embarcar en el buque de guerra.
Esta música te conoce mejor que yo, Mejor que el tiempo y que tus dudas -sombras de los días y los días que agonizan -; Esta música sabe el eco de tu nombre, Y te repite como un río caudaloso, Igual que una corriente y una furia. Esta música te conoce mejor que nadie, Te complica, te da forma, te improvisa… Cae, resbala… y te susurra, Se levanta, después, con gesto serio, Y te susurra… Esta música, que es negra y es ceniza, Te conoce mejor que nadie, Te da forma, te improvisa… Esta música te conoce mejor que el aire Que respiras; te alimenta como un hijo, Te da sombra, te cobija… Esta música que atraviesa madrugadas Y viene de extraños países… como tu risa. Esta música que emerge y pugna y grita, Esta música común y propia, Rota por el alma y por la brisa…
Esta música te conoce mejor que nadie, Mejor que el miedo y que tus dudas -sombras de los días y los días que agonizan…- Esta música, desorden de la tierra que ahora pisas, Abrevadero de lluvia, de plomo… y de caliza, Esta música es tu madre, tu cielo, tu hija… … esta música, mulata de latidos, Se encarga de que existas.
Al caer la tarde ella me crece. Vuelve una y otra vez con las mismas promesas que yo inventé. Camina al filo de una Realidad que no me conviene. Se da a su Ausencia y se revuelca en Abandonos que me joden mucho, como el penúltimo trago que suelo naufragar al pie de la medianoche. Ella me crece, porque quiero y porque la quiero.
Un hombre, cualquier hombre, acaso el transmigrante, lleva un pequeño blues en la garganta. Estalla en las armónicas del día cuando los ademanes del silencio preparan su emboscada.
Un hombre, cualquier hombre, lleva un pequeño blues en la garganta. Duele como la noche. Quema como tu cuerpo.
"Captar un sentimiento que alguien nos muestra con brutalidad es empobrecedor. Captar un sentimiento que alguien nos muestra con exceso de precauciones puede generar indiferencia. La cuestión es cómo asignar al término delicadeza su justa intensidad en cada momento. La música y la poesía se ocupan de esto. Por este motivo suele haber una música y una poesía que permanecen muy cercanas, no sólo a circunstancias concretas, sino a largas épocas de nuestra vida. Son los poemas que, al ser releídos, hablan con la misma intensidad y con nuevos matices, es la música que acerca el pasado hasta tocar este instante, dejándolo separado de nosotros sólo por un velo de tiempo, finísimo pero impenetrable. [...]"
Es hermosa esta noche de verano, aunque no más hermosa que cualquier otra noche de verano. Es hermosa esta noche en que estoy solo, y fumo y he dejado en penumbra la casa mientras suena un dulce y triste blues, un blues tan triste y dulce como otros.
Nada en mí, ni en la noche, ni en la música, se diría especial, y sin embargo existe algo muy hondo en esas cosas que parecen sencillas: una extraña grandeza que no acaba de ser exaltación, tragedia, paz, pero que es todo eso, y es también un sentir clarmanete que para que esto ocurra ha sido necesario apurar estos años, acumular recuerdos, haber ganado y haber perdido tantas cosas. Para que este piano suene así, para temblar así con esta música, ha sido necesario ir llenándola poco a poco de belleza y de daño, ir llenándola con nuestra propia vida, para que se parezca a nuestra propia vida, y suene así: tan insignificante y tan grande, tan triste, tan hermosa.
DO lor por estar contigo en cada cosa. Por no dejar de estar contigo en cada cosa.Por estar irremediablemente contigo en mí.
RE cordar que mis monedas no me permiten adquirir. Que mi deseo no es tan poderoso como para taladrar blindajes, ni mi atrevimiento tan hábil como para no hacer saltar la alarma. Recordar que sólo debe mirar los escaparates.
MI edo por no llegar a ser, por ni siquiera conseguir estar.
FA cilmente lo hacen: clavan sus espinas invisibles, abren la puerta del temor, hacen que renieguen de mí misma cuando menos se espera. Y ni siquiera saber cuántos han sacado copia de mis llaves.
SOL o he logrado el punzón de la pica, la lágrima del diamante o los caprichos del trébol. Quizá no existan los corazones. Quizá es que sea imposible elegir.
LA bios sellados, custodios del mejor guardado secreto, del recinto en donde las palabras reanudan sus batallas silenciosas, sus pacientes y refinados ejercicios de rencor.
SI crees que es paciencia, resignación, inmunidad o anestesia te equivocas. Es que he procurado cortar todas las margaritas para no tener que interrogarlas.